Nuestro cuento


Y de pronto te hago caer y no espero que te levantes. Al contario, me dan unas ganas inmensas de enterrarte un tacón en la carota.

Pero claro, no puedes confiar en mis deseos destructivos, siempre los domesticas con algunos besos.

Tienes las manos llenas de navajas y la lengua ardiente.