Sé muy bien cuál será tu siguiente jugada:
Tratarás de ganar mi favor y, justo cuando empieces a colmarme la paciencia, aflojarás tus redes y me darás mi propio espacio.
Lo mejor vendrá cuando te diga que es definitivo que no tendré algo contigo. Justo en esos momentos me mirarás a los ojos y me dirás "Lo entiendo", mientras tus ojos me amenazan con deseo y tus manos me revelan tus verdaderas intenciones. En ese momento yo desearé volver a tí, pero como cualquier persona con dos dedos de frente no lo haré, pero tampoco me resistiré ante el deseo. Tengo un plan muchísimo mejor: Te veré a los ojos con mirada incrédula y decepcionada, justo el tiempo suficiente como para que tú te acerques a besarme. Yo no evitaré ese beso (no quiero quedarme con las ganas), pero tampoco lo responderé (tengo que recuperar mi dignidad), simplemente te dejaré besarme por un instante y luego, indignada, huiré de tí de nuevo. En ese momento tú irás tras de mí, justo como has hecho antes, me alcanzarás, tomarás mi muñeca y con otra mano mi cadera y me acercarás peligrosamente a tu cuerpo para besarme de nuevo. Ahora yo te besaré de vuelta, lo haré con los ojos cerrados y mis manos en tu cuerpo.
Cuando termine de besarte e miraré a los ojos, y con ojos húmedos te diré "Lo siento" y tú con ojos de gato contestarás "También yo". Soltarás mi muñeca y me dirás "Creo que mejor me voy" a lo que yo contestaré que es lo mejor.
En ese momento nos separaremos y, tras dar unos cuantos pasos, volveré a tí, te arrancaré un beso y tú me invitarás a cenar al día siguiente.
Nos separaremos, tú feliz por haberlo logrado y yo encantada por haberte tentado.
¿Por qué si conocemos a la perfección nuestros rituales seguimos cayendo en ellos?
No es amor, es comezón de deseo.