Pláticas nocturnas

Por alguna extraña razón pienso mejor cuando el sol cede el paso a la luna. No es porque sea un ser noctámbulo, para nada, es simplemente porque la falta de personas a mi alrededor a altas horas de la noche me permite descubrirme mejor, pues evita que me evada (tiendo a hacerlo cuando estoy con alguien más).

En realidad ha sido gracias a esas pláticas nocturnas que sostengo frecuentemente con mi espíritu engañoso que me he dado cuenta de tantas cosas que negaba y al final resulté tener. Me entero de cosas sencillas y triviales, pero conforme la oscuridad es más profunda, me entero de cosas realmente importantes.

La noche me ha enseñado que mi bebida favorita no es la leche, es el café express. Me ha enseñado que mi fruta favorita no es el kiwi, son las fresas; también me ha enseñado que mi color favorito no es el negro, es el rojo.


Pero, pasando a cosas menos triviales, fue gracias al cobijo de la noche que descubrí mis pasiones, es decir, las verdaderas, esas de las cuales casi no hablaba pero que en el fondo me apasionaban inconmesurablemente. Gracias a la noche descubrí el poder que tiene sobre mí la música, descubrí que prefiero la música clásica y los fados y que los prefiero porque me ayudan a sentir. Gracias a la noche descubrí que algunos de los sentimientos que decía tener en realidad no los tenía, descubrí que me es complicado sentir y que me gusta porque me mantiene segura. Descubrí que la mayoría de la gente no es confiable y que yo en muchas ocasiones (si no es con quien de verdad quiero) soy muy egoista. Descubrí que es difícil entablar relaciones conmigo porque nunca acepto lo que siento.

Gracias a la noche de anoche descubrí que las personas que no pueden siquiera darte una explicación nunca son los mejores amigos, pero también descubrí que no puedes evitar extrañarlas.