Hemos llegado a una parte de mi terapia en la que es necesario hablar de mi papá. No soy muy adepta a hacerlo porque siempre tengo que usar tiempos verbales dolorosos. Mi papá ya no está físicamente conmigo, pero eso no impide que lo sienta a cada minuto de mi vida, tengo la certeza de que, donde sea que esté (lo que es curioso, cuando se piensa en alguien querido que ya no vive, no se imagina que "haya terminado" más bien, pensamos que "está en otro lugar", cosa que no aplicamos para otros, muajaja), no sólo me cuida y observa, también de cierta manera guía mis acciones, y es que, hay cosas que he hecho porque se me encendió el foco de último momento y resultaron ser las correctas... cosas que, con mi personalidad no haría facilmente. Pero, en fin, me estoy desviando del tema. El punto es que ahora, en mis "halls parties" (como llamamos a la terapia XD), están tratando de deshacer esa estructura que me he creado a lo largo de éstos años.
Y justamente sobre éste tema, hemos llegado a ciertas conclusiones que le han dado golpecitos a mi armadura:
No es cierto que no me afecte la muerte de mi papá, no es cierto que "me acostumbré a vivir sin él", la verdad es que me acostumbré a vivir extrañándolo y sufriendo su ausencia.
Lo anterior es fácil de entender, mi papá no era un padre común y corriente, era un padre MARAVILLOSO. Jamás nos faltó al respeto, nunca en mi vida lo oí gritarnos y mucho menos recibí un golpe de él. Los días a lado de mi papá eran maravillosos porque él siempre me enseñaba algo y yo me sentía muy importante al entenderlo, eran maravillososo porque siempre cultivaba buenos hábitos en sus hijas y nosotras, a su vez, nos sentíamos mejores personas ( o sea, en tooodos los aspectos) cuando aprendíamos esas buenas costumbres de él. Eso sin mencionar que él fue más que decisivo a la hora de formar nuestro caracter, nuestras ambiciones y nuestro criterio. Para no hacerles el cuento muy largo, mi papá fue (y hasta la fecha estoy segura de que sigue siendo) un EXCELENTE padre y, también un esposo CASI PERFECTO.
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Mis papás estuvieron, hasta el último día, enamorados. No, no, no, no sólo se amaban, hay parejas que se nota que se amaron demasiado, que en el presente se aman y se respetan mucho. Mis papás no eran sólo así. Mis papás se amaban, se idolatraban, pero, sobre todo, seguían enamorados. Era frecuente que mi papá llegara con flores, dulces o detallitos, y también era frecuente que mi mamá le dejara notitas, le diera masajes en la espalda cuando estaba muy estressado, etc., etc., etc. Duraron 4 años de novios y 21 de casados, no es común que eso suceda... en mi casa era cosa de todos los días. Ni mi hermana ni yo los oímos en algún momento pelearse, ellos arreglaban sus cosas en privado y nos mantenían al margen del conflicto. Se los agradezco infinitamente.
Mi papá siempre fue mi guía, mi antorcha en la oscuridad, la mano que amortiguó mis tropiezos, pero, sobre todo, mi papá fue mi mejor amigo; yo sabía que él siempre estaría ahí y que, a diferencia de muchas otras personas en mi vida (y en la vida de todos), era CONSTANTE. Incluso me aventuré a creer que sería eterno. La dicha de tenerlo a mi lado me duró casi 15 años, pero la alegría de que haya sido parte de mi vida la siento cada minuto de mi existencia.
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Siempre fui una niña ciega que recorría el mundo tomada de la mano de mi padre, cuando se soltó en el camino de mi vida me pregunté cuántos tropiezos daría, pero con alegría (sorpresiva y espontánea, pero alegría al fin y al cabo) descubrí que lo verdaderamente importante que me enseñó mi padre fue a siempre levantarme cuando me caigo, a nunca arrastrar a otros en mi caida y a aprender cuáles son los baches en mi camino y a tratar de "emparejarlos".
Mi papá, es, sin lugar a dudas, el único hombre al que amaré toda la vida, el único que conoció mis recovecos y el único del que busqué la aprobación en todo momento. Es, en pocas palabras, el hombre más importante de mi vida.