El moro werido (o la amistad)

Éramos apenas unos pubertos sintiéndose adolescentes cuando nos conocimos. Los dos teníamos un hambre intelectual y emocional que usamos como punto de encuentro, además del reconocimiento de otros conocidos por nuestra inteligencia brillante y nuestra supuesta madurez. El cerebro nos dio un campo de acción maravilloso que explotábamos diariamente. No podría siquiera calcular los días en los que pasamos las tardes enteras enfrascados en sesudas discusiones ni las madrugadas en las que inventamos palabras, historias completas, telenovelas baratas y nos poníamos la máscara de Mulder y Scully para convencernos de conspiraciones gubernamentales. Varias veces nos amaneció entre risas y otras tantas entre lágrimas... éramos ya un par de adolescentes que se querían sentir adultos y no terminaban de entender que esas emociones eran parte fundamental, y obligatoria, de esa etapa.

Durante muchísimo tiempo fue mi confidente por antonomasia, con el que podía platicar horas y horas y horas sobre nada y él entendía todo. ¡Qué urgencia salir de la escuela para hablar con él! El ineludible momento en el que se volvió la persona que más me conocía y la consecuencia lógica de esto.

Me conoció todo lo que había que conocer y le conocí otras tantas cosas. Nuestras trastadas eran, pasados unos días, material de nuestras siempre presentes puestas en escena. Lo quise tanto que lo sigo queriendo.

Y el domingo lo veo, de nuevo, después de tanto tiempo, y no puedo esperar para abrazarlo y decirle, a la cara, cuánto lamento no haber estado ahí para darle ánimos, ayudarlo en lo que quisiera, echarle Clonazepam a su agua, por lo menos. Y por supuesto, agadecerle que creyera en mí.

Gracias, Werido y el domingo morearemos weridamente por la vida..