A la playa
Atardecer
Mañana temprano me voy a Vallarta. De un de repente, la mamá se está agarrando a irse de vacaciones (bueno, a irnos) en las fechas más extrañas.
Doy gracias (con chonguitos en la espalda) de haberme tomado un semestre sabático que me hace picarme los ojos y empezar proyectos pirandellos que rara vez terminaré (qué hacerle, no soy constante y así seguiré), porque de no ser por mis ideas de "libertad y desahogo" no podría irme a la playa una semanita.
La verdad no es muy emocionante que digamos, soy "intolerante" al sol (o sea, que me salen chorros de ronchas en cuanto me asoleo) y francamente no me gusta el calor, además de que detesto la arena pegada a mis piernas.
Pero la playa es el único lugar en el mundo en el que puedes discutir durante horas con Norberto Bobbio sobre si es verdad que la supremacía de lo público se basa en la contraposición del interés colectivo al interés individual, y en la necesaria subordinación, hasta la eventual supresión, del segundo al primero.
En ningún otro lugar puedo darme el lujo de no recurrir a dulcecitos para sonreirle al mundo.
Me caga la playa, pero me encanta estar ahí. Ahí me olvidaré del mundo, me olvidaré de los amigos y me olvidaré de mí. La playa es mi lugar de pasiones y entregas, la playa es donde me puedo entregar el día completo a un libro y que nadie de mi familia me llame "haragana".
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